Más rápido, más delgado, mejor. El
nuevo iMac se presentó ante el mundo a finales de octubre
con la promesa de ser el mejor equipo de su categoría.
Un All-in-One que en su lado más delgado no llega a los cinco
milímetros de grosor y que en su interior alberga toda la potencia que
podamos imaginar. ¿Suficiente para dar un golpe de autoridad sobre la
mesa? Es lo que veremos en nuestro análisis.
El equipo que nos llega al laboratorio
es el modelo de 21 pulgadas
(el de 27 aún no ha empezado a comercializarse en nuestro país) y viene
equipado con un procesador Intel Core i7 (Ivy Bridge) a 3.1 GHz, 16 GB
de RAM, gráfica NVIDIA GeForce GT 650M 512 MB (arquitectura Kepler) y
unidad “Fusion Drive”
compuesta por un SSD de 120 GB y un HD SATA de 999 GB. En el apartado
de la conectividad, nos ofrece dos puertos Thunderbolt, cuatro puertos
USB 3.0, y lector de tarjetas SD.
En definitiva, casi todo lo necesario para que a priori, contemos con
un equipo ganador. Lo cierto es que ya puesto sobre la mesa, sin
necesidad de encenderlo, impresiona y atrae todas las miradas de la
redacción. Y es que desde el primer momento tenemos la sensación de
tener en nuestras manos un equipo muy especial.
¿Tan delgado?
Lo primero que llama la atención del nuevo iMac es un diseño
espectacular. Estábamos acostumbrados a que el iMac fuese el campo de
pruebas en el que los ingenieros de Apple dan lo mejor de sí mismos pero
cuando uno tiene el nuevo iMac delante enseguida se da cuenta de que
está frente a algo diferente.
Sobre todo lo notamos enfrentamos esta nueva generación con los
equipos que Apple entregaba el años pasado. Es cuando los ponemos frente
a frente, cuando descubrimos hasta qué punto el trabajo de los
ingenieros de Apple ha conseguido producir un equipo tremendamente
elegante, pensado por y para el diseño. Y si somos de la opinión que
este aspecto no se puede mejorar, la pregunta que hemos de hacernos es
la siguiente: ¿A cambio de qué? ¿Ha merecido la pena?
Lo primero que tenemos que considerar es que como Apple todavía no
hace magia, los componentes que antes se distribuían a lo largo de toda
la pantalla tienen que estar en algún lado. En este sentido aunque es
cierto que el grosor mínimo que vamos a encontrarnos en los laterales es
de cinco milímetros, también lo es que a cambio
tenemos un ligero “abombamiento” en el centro del monitor, que al
albergar todos los componentes del equipo, recuerda vagamente a esos
viejos monitores CRT que seguramente muchos seguimos manteniendo en
nuestras casas.
Por otro lado, para poder mantener este grosor mínimo, Apple ha
tenido que realizar dos pequeñas grandes concesiones. La primera y más
importante para muchos usuarios, es la eliminación de la unidad óptica.
La segunda, cambiar la ubicación de el “área de conectividad” que ahora
pasa a estar en la parte trasera del monitor.
La más polémica de las decisiones es sin lugar a dudas la de eliminar
la unidad óptica, pero en nuestra opinión es la menos importante. La
inmensa mayoría de los usuarios se han acostumbrado a un mundo en el que
no hay CD’s o DVD’s y en nuestro caso particular, somos incapaces de
recordar cuando fue la última vez que la utilizamos. No obstante, si
pensamos en el modelo de 27 pulgadas, sí que parece un tamaño ideal para
reproducir nuestro contenido multimedia y seguramente muchos sigan
teniendo decenas de películas en DVD que no van a poder ver en su equipo
a menos que cuenten con una unidad externa.
En cuanto a la ubicación de la conectividad USB y Thunderbolt, la
decisión de Apple si bien no había otra posibilidad, no es la mejor del
mundo. Cada vez que queremos conectar un periférico debemos girar el
equipo (a veces completamente), lo cual no representa un triunfo para la
usabilidad. A pesar de estos dos detalles, víctimas de una decisión de
diseño, consideramos que el cambio es a mejor y que merece la pena.
¿Quién necesita Retina Display?
Vamos a decir la verdad. En la redacción no somos grandes fans de
Retina Display. Esto que para muchos amantes de Apple puede a sonar casi
a herejía, es una opinión que hemos constatado que tiene un amplio
consenso. Se trata de una tecnología que en nuestra opinión a día de
hoy, t
iene más inconvenientes que ventajas cuando se
trata de adaptarla a un producto como el MacBook Pro o un teórico iMac.
Sobre todo, porque tal y como pasó en su momento con ThunderBolt, el
resto de la industria no está preparada. ¿Y esto qué quiere decir? Qué
tal y como comentamos en el
análisis del MacBook Pro de 13 pulgadas, queda un largo trecho para que la mayoría de las aplicaciones de actualicen a Retina, por no hablar de la web.
Dicho lo cual, la pantalla del nuevo iMac que mantiene la misma
resolución que la generación anterior (Full HD 1920×1080) luce
sencillamente espectacular, como nunca habíamos visto antes en un All In
One. Son varios los procesos que Apple ha llevado a cabo para que esto
sea posible.
En primer lugar se ha eliminado por completo la distancia que existe
entre el panel LCD y el cristal que lo cubre. Esto que ya lo habíamos
visto en dispositivos como
el propio iPhone 5
o el Surface de Microsoft, ofrece un resultado asombroso en una
pantalla de 21 pulgadas. Unido a la tecnología IPS y una nueva
tecnología que Apple denomina
“plasma deposition”, se
consigue una superficie que desde Cupertino aseguran que tiene hasta un
75% menos de reflejos que en los equipos de la generación anterior. Si
bien no tenemos forma de medir la veracidad de este dato, lo cierto es
que en el momento de escribir estas líneas aún no hemos sido capaces de
ver ningún reflejo en la pantalla, desde ningún ángulo, bajo ninguna
condición de luz.
Lo consiguen además aumentando los contrastes, consiguiendo negros
aún más profundos y entregando al usuario la sensación de que aunque
puede que no esté utilizando una pantalla Retina Display, tiene en sus
manos algo tremendamente parecido.
La magia de Fusion Drive
Una de las grandes novedades de los iMacs de este año es la
introducción de lo que Apple ha denominado “Fusion Drive”. En realidad
se trata de la “clásica” combinación SSD + HD SATA en un proceso que en
este caso se muestra de forma totalmente transparente para el usuario.
Lo primero que hay que aclarar es que Fusion Drive
no es un disco híbrido como los que han presentado
Seagate o
Toshiba,
ni un sistema de caché sino que más que en la parte del hardware, la
verdadera innovación se produce en el terreno del software. Es decir el
el software el que muestra al usuario una única unidad, aunque de hecho
sean dos. De hecho si vamos a “Acerca de mi Mac” y escogemos la opción
“Storage” descubrimos dos unidades montadas en
disk0s2 (el SSD) y en disk1s2 (el HD).
Es también el sistema operativo (Mountain Lion) el que decide pues de
forma inteligente qué datos guarda en la unidad SSD. Al margen del
sistema operativo, Apple intenta guardar en la unidad SSD todos los
archivos que utilizamos con más frecuencia, proyectos sobre los que
estemos trabajando durante varios días (como puede ser un proyecto en
iMovie) o bibliotecas de imágenes que agradecen la velocidad de estas
unidades.
Los usuarios más técnicos pierden la capacidad de decidir qué es lo que guardan
en su disco duro y qué prefieren almacenar en la unidad SSD. A pesar de
esto, no debería ser una preocupación para los usuarios de iMac ya que
el sistema aprende rápidamente qué es lo que utilizamos con más
frecuencia o cuáles son los proyectos sobre los que vamos a trabajar. El
único aspecto negativo es que no tenemos la posibilidad de contar con
nuestro disco duro como una partición independiente. Es decir no vamos a
poder utilizarlo como una suerte de espacio en el que nuestro datos
siempre estarán seguros. Para subsanarlo tenemos que recurrir por
supuesto al buen hacer de Time Machine y un disco duro externo o bien,
particionar el HD de nuestro Mac antes de empezar a utilizarlo.
Más allá de lo anterior la gran pregunta es si se nota la velocidad
de Fusion Drive en nuestro trabajo diario. La respuesta como os podéis
imaginar es un gran Sí. La velocidad del SSD nos entrega tiempos de
arranque de nuestro equipo de menos de diez segundos y trabajar con
cualquier aplicación se convierte en una auténtica delicia. Atrás queda
la época en la que nuestro equipo se “tostaba” a la hora de trabajar con
grandes colecciones de fotos o a la hora de procesar trabajos
especialmente exigentes.
Pero más allá de Fusion Drive merece la pena reflexionar sobre un
momento tecnológico, en el que el hardware ha superado ampliamente las
exigencias a las que le somete el software. Es decir si tenemos en
cuenta lo que monta este equipo (pero como este muchos otros)
descubrimos que estamos en un momento en el que los distintos benchmarks
y tests de rendimiento a los que solemos someter a los equipos en
pruebas de laboratorio comienzan a perder completamente su sentido.
Nos cuesta prensar un escenario en el que el usuario medio (e incluso
el profesional) pueda llevar al límite a este equipo. Sí, se puede
argumentar que evidentemente en determinados escenarios científicos o
incluso en sectores como la animación profesional son necesarios otro
tipo de equipos, pero estamos hablando de un porcentaje irrisorio cuando
pensamos en el mercado del PC. Y no hablamos únicamente de este equipo,
sino también de los muchos equipos basados en Windows 8 que ya han
llegado o están por llegar. Estamos en un momento en el que el 95% de
los usuarios no van a necesitar más potencia, más RAM o más velocidad y
en este sentido los futuros análisis que hagamos van a tener que partir
desde un enfoque muy diferente. Este iMac que tenemos en nuestras manos
es un buen ejemplo de este nuevo paradigma.
El precio de Apple
Apple siempre ha sido un tanto especial a la hora de determinar qué
se puede y qué no se puede hacer con sus productos. Como casi todos
sabemos, la compañía de Cupertino siempre ha sido un tanto reacia a que
los usuarios (o terceras empresas) puedan “trastear” con sus productos.
Así, progresivamente ha ido limitando las opciones que tenían los
usuarios para poder modificar o ampliar la capacidad de los equipos que
vendían, lo cual le ha valido no pocas críticas que
han llegado a un punto álgido tras la presentación de la nueva generación iMac.
Hasta la generación anterior el usuario tenía la posibilidad de
cambiar el disco duro y ampliar la memoria RAM. No es que fuesen
grandísimas posibilidades, pero algo es algo. En este generación, Apple vuelve a limitar la capacidad de intervención del usuario
que ya no puede realizar ningún cambio sobre las unidades de
almacenamiento y tiene que limitarse a ampliar la memoria RAM. Este
proceso sigue siendo muy sencillo en el modelo de 27 pulgadas, que
ofrece una bahía accesible para el usuario, pero no es así en el modelo
de 21 pulgadas. En este caso si queremos ampliar la RAM tendremos que
pasar por la Apple Store (o un distribuidor autorizado) que por supuesto
nos montará sus inexplicablemente caros módulos de memoria adicional.
También resulta bastante sangrante el caso de Fusion Drive. Al ser un
extra en nuestro equipo, Apple lo cobra aparte. Lo cual no nos parece
mal, siempre que sea a un precio razonable. Y lo que no es razonable es
que un disco SSD de 128 GB y unas líneas de código extra (de hecho
cualquiera
puede montar su propio Fusion Drive en otros equipos de Apple) nos pidan 250 euros cuando podemos encontrar una unidad SSD de esa capacidad en marcas de primer nivel, por menos de 100 euros.
Con estos mimbres resulta más que recomendable contar con un producto
como Apple Care, que extiende la garantía de nuestro iMac y nos asegura
un trato preferente en caso de que tengamos cualquier problema con
nuestro equipo. En el caso de nuestro iMac deberemos pagar 179 euros por
un extra de garantía durante tres años lo cual tratándose del equipo
del que estamos hablando en este análisis, nos parece un dinero más que
bien invertido.